La evolución de la inteligencia no se produce independientemente de los demás factores de la vida psíquica: motricidad, lenguaje e inteligencia se influyen mutuamente. La maduración es armónica.

El niño no tiene un conocimiento previo de las cosas, y por lo tanto, no posee un punto de referencia al que asociar sus percepciones y experiencias. Poco a poco va reconociendo objetos y situaciones, calculando distancias, valorando las posibilidades de su cuerpo y la eficacia de sus actos. Por ejemplo, un bebé que aún no cuenta con la suficiente percepción visomanual, al realizar una serie de movimientos provocados por la percepción de un juguete cercano a él, lo alcanza por casualidad. Después, en situaciones similares, el niño repite los movimientos y consigue los mismos resultados. Así se forma un esquema motor que le permite precisar su coordinación y que llegará a utilizar de forma intencionada, con la finalidad de alcanzar un objeto. La repetición de la acción le ha proporcionado el conocimiento necesario para conseguir su propósito. Este conocimiento se consolida a base de numerosas repeticiones.

Por lo que se refiere al lenguaje, la primera comunicación oral del niño se hace mediante sonidos, distintos del llanto, sobre todo guturales y labiales (son los “ajos” y “mmm” de los primeros meses). Juega fonéticamente con estos sonidos, los escucha, los repite y va modificando, como entrenamiento para controlar el aparato de fonación. Es una actividad fundamentalmente motriz que ejercita los puntos de articulación. El intercambio de lenguaje oral con los padres es un refuerzo, un apoyo enriquecedor y un estímulo para continuar con esta actividad, desarrollando las habilidades fonéticas. Asimismo se favorece la sociabilidad, importante también para la evolución del lenguaje.

Más tarde, en torno a los 9 meses, en que aparece la capacidad de imitación, aumenta el repertorio sonoro. Dice “papá”, “mamá”, diversas onomatopeyas, y empieza a darle un significado a los sonidos que reproduce; esto se refuerza con las interpretaciones que hacen los adultos, y las muestras de alegría ante sus logros en el lenguaje.

Entre los 12 y los 15 meses, con la adquisición de la marcha, aumentan sus posibilidades de manipulación. Ya no tiene que ayudarse con las manos, sino que éstas están libres, lo cual aumenta a su vez las posibilidades de experimentación, y por tanto de información y adquisición de conocimientos.

Hacia los 18 meses, los niños empiezan a introducir en su jerga palabras reconocibles que coinciden con el lenguaje adulto. Son sólo palabras sueltas, que no solo se utilizan para designar un objeto o persona, sino que encierran un valor más amplio, e incluso equivalen a una frase completa. Por ejemplo, cuando un niño dice “pan” puede referirse igual al pan propiamente dicho que  cualquier clase de alimento, o a que tiene hambre. A esto se le llama palabra-frase. A continuación, empieza a unir dos palabras, en principio nombre, después añade verbos, adjetivos, y va aumentando la complejidad de la frase.

A partir de los 18 meses, el niño empieza una búsqueda de métodos nuevos, bien con tanteos exteriores como antes, bien con tanteos interiores. Va suprimiendo el movimiento real: primero lo esboza, hasta que llega un momento en que no lo necesita porque lo ha interiorizado, es capaz de evocarlo, de representarlo mentalmente.

Entre los 2 y los 4 años, el niño evoluciona hacia una inteligencia intuitiva, pasando del predominio de la manipulación al de la percepción. Aprende a diferenciar su propio cuerpo del mundo que le rodea, y a percibir las relaciones de los objetos con respecto a él y entre sí, así como su ubicación: empieza a establecer relaciones espaciales. El lenguaje tiene en esta etapa un desarrollo enorme: llega a utilizar pronombre, preposiciones, tiempos verbales y demás formas gramaticales. Juega un gran papel de precisión en todo el proceso cognitivo.

De los 4 a los 7 años, su pensamiento es mágico y activo, y depende en gran medida de la afectividad. Precisamente en esta actividad y la afectividad predominan sobre todo lo demás, y le ayudan a aumentar sus experiencias y a integrarlas. En esta etapa sus destrezas se perfeccionan, ya aumentan en fuerza, coordinación y finura de movimientos. Aparece la flexión voluntaria de las rodillas junto a la alternancia de las dos piernas: sube escaleras, corre, monta en triciclo; también es capaz de saltar con los pies juntos, a la comba, a la pata coja, de dar patadas al balón, etc. El aumento de la coordinación entre brazos y piernas permite ejercicios como trepar o nadar.

En cuanto a la motricidad manual, también se produce un aumento de la precisión, de manera que pasa de la realización de garabatos, cogiendo el lápiz con el puño a la posibilidad de realizar trazos finos con el lápiz sostenido por los dedos.

A partir de los 6 o 7 años, la evolución consiste en un perfeccionamiento progresivo, tanto en aumento de vocabulario como en estructuración del lenguaje, que va adquiriendo una mayor complejidad. Naturalmente, cuando más estimulante y rico sea el entorno desde un punto de vista cultural, mayor nivel de vocabulario y fluidez verbal tendrá el niño.

El lenguaje, tanto comprensivo como expresivo, tiene una incidencia directa en cualquier aprendizaje escolar, puesto que éste se hace de forma predominantemente oral: explicaciones, órdenes, narraciones, preguntas y respuestas, además de toda la comunicación con su entorno.

A partir de los 7-8 años, y como consecuencia del avance experimentado en los años anteriores, el niño posee un pensamiento lógico concreto, que constituye la transición entre la manipulación y la acción de las etapas pasadas y el pensamiento lógico formal del adolescente. Es concreto porque aunque hace razonamientos, para él solo son válidos en la situación concreta en que los hace, y no es capaz de elevarlos a situaciones y reglas generales.

Desde los 9 años, va despegándose de los concreto para alcanzar formas de pensamiento generales o globales. A los 12 años, más o menos, es cuando el chico consigue la objetivación del pensamiento y una capacidad lógica aplicable de forma general a todas las situaciones.

Dos factores que juegan un papel muy importante en el desarrollo de la inteligencia y en su rendimiento son la atención y la memoria. La atención es una función mental  que consiste en la concentración en algo determinado (objeto, situación, etc.). En ella influyen la afectividad, el interés, y la motivación del sujeto. La memoria es la capacidad de retener hechos o informaciones anteriores. Para que sea operativa, se precisa, primero adquirir la información (en lo que participa la atención), a continuación archivar dicha información, y por último recuperarla mediante la evocación. Tanto en el archivo como en la evocación intervienen aspectos emocionales, hasta el punto de que hay datos que quedan arrinconados y se olvidan, y otros permanecen activos.

En el desarrollo cognitivo, motor y del lenguaje, imbricados entre sí, y dependiendo de la maduración del sistema nervioso, se fundamentan el aprendizaje y la adaptación al medio.

Cuando un niño no alcanza la maduración adecuada a su edad, en alguno o en todos estos aspectos, hay que pensar en la existencia de un problema

En el centro FICEN, tenemos una amplia experiencia en la valoración e intervención de niños que experimentan dichas dificultades.

Referencias:

“Niños con discapacidad psíquica. Guía para padres”. María Fernanda Fernández Baroja. Ana María Llopis Paret. Carmen Pablo Marco. Editorial CEPE.